El silencio de los monstruos
Randy Foye no es un jugador de la NBA normal. Tras sus primeros partidos con los Minnesota Timberwolves se ha convertido en el mejor debutante de la Conferencia Oeste, pero hay algo más que le hace absolutamente extraordinario: los médicos no le encuentran el corazón. Foye posee una malformación denominada situs inversus: sus órganos están invertidos. Su hígado se encuentra a la izquierda, su corazón a la derecha y así sucesivamente. Se podría catalogar como una malformación simpática, ya que no supone ningún riesgo para la salud y genera una cierta empatía del público con el base de los Wolves. Lo mismo le ocurre al también malformado delantero del Real Madrid Raúl González, con seis dedos, una polidactilia relativamente habitual, en su pie izquierdo.
La aceptación de los individuos malformados, sin embargo, no es el pan de cada día. Durante milenios, seres mitológicos como los monstruos de dos cabezas, los cíclopes o los gigantes han atemorizado al ser humano. La mayor parte de ellos no son fruto de la imaginación de los escritores. Existieron cíclopes, existieron gigantes y existieron monstruos de dos cabezas. Todos ellos eran individuos malformados que despertaron el miedo de sus coétaneos y terminaron formando parte de la leyenda. La ciclopía es un grado extremo de la holoprosencefalia, una alteración caracterizada por la ausencia del desarrollo del lóbulo frontal del cerebro del embrión, que consiste en la presencia de una única órbita facial. El gigantismo, por su parte, es una enfermedad provocada por la excesiva secreción de la hormona del crecimiento, debida, o no, a una malformación de la glándula hipofisiaria. Hasta los sanguinarios dragones mitológicos de dos cabezas tienen fundamento científico. La dicefalia no es tan anormal en los reptiles. En realidad, los animales con dos cabezas sufren una malformación congénita doble simétrica en un grado extremo, que conduce a la duplicación de las estructuras anteriores de su cuerpo. Las malformaciones han sido, durante siglos, exhibidas en público, para mofa de los espectadores, o como seres reverenciados por su supuesto contacto con las divinidades. En las primeras culturas mesopotámicas, los oráculos adivinaban el futuro utilizando las malformaciones de los niños y animales nacidos en ese año. Si un bebé nacía con seis dedos en los pies, el pueblo debía prepararse para una gran desgracia. Si aparecía un feto con ocho piernas, el príncipe del reino subiría al poder.
En la actualidad, a pesar de un cierto desconocimiento generalizado, las malformaciones siguen muy presentes. Diversos estudios indican que en los niños recién nacidos la frecuencia de malformaciones detectadas alcanza el 3%, aunque el porcentaje alcanza el 7% si se consideran las autopsias realizadas a personas de todas las edades. En animales, los datos recogidos ofrecen resultados similares. A pesar de estas cifras, el ser humano parece haber dejado de convivir con los malformados. El silencio y el rechazo han borrado del mapa a las monstruosidades. Para Luis Javier Avedillo, veterinario e investigador de la Universidad Complutense, la razones de este encubrimiento masivo están claras: "Si un ganadero ve un recién nacido malformado, le pega un palo y lo tira al cubo de la basura". En humanos, las causas de la ocultación son evidentes: los abortos con monstruosidades no se enseñan a las madres, y pasan a formar parte del catálogo de los teratólogos, los expertos en malformaciones. La mayor pesadilla para un médico es tener que comunicar a los padres que su hijo ha nacido con schistosomus reflexus, una grave alteración que consiste en una falta completa de cierre de las paredes torácicas y abdominales. La piel se cierra sobre sí misma y forma una cavidad interior que contiene la cabeza y las extremidades. Lo de fuera queda dentro de una horrible pelota, y los órganos quedan colgando en el exterior, como las uvas en un racimo.
Joaquín Camon, catedrático de Anatomía en la Facultad de Veterinaria de la UCM y uno de los principales teratólogos veterinarios en Europa, cree que existe un abismo entre la investigación de malformaciones en humana y en animales. "El 80% de las revistas de genética humana y el 60% del contenido de las de pediatría está dedicado a las malformaciones. En Veterinaria, en cambio, es una disciplina absolutamente marginada". Sin embargo, en ocasiones algunos casos saltan a los medios de comunicación, mostrando el desconocimiento generalizado que se tiene de este campo de la ciencia. A comienzos de febrero, los telediarios incluyeron la imagen de un pollito de cuatro patas aparecido en un cortijo de Motril. Enrique Padilla, responsable de la granja avícola, declaraba su estupefacción ante el caso: "Navegando por internet sólo hemos descubierto un caso igual en Colombia, es rarísimo". Según Camon, sin embargo, "en las empresas incubadoras esto es frecuentísimo. El que tiene un criadero es el que las detecta. Pero se tiende a ocultar que ha aparecido una malformación. Es un fraude". El propio Padilla se tomaba a guasa el descubrimiento del pollito, que murió apenas diez minutos después de romper el cascarón: "La pena es que se haya muerto... ¡porque anda que el arroz que hubiésemos hecho con cuatro muslos!"
Para el teratólogo, existe una falta de tradición en España: "Es un campo que se conoce mal, pero hay que tener en cuenta que la investigación orientada a humana se ha hecho en ratones mutantes. Gracias a esto se ha avanzado un poco más. En países serios, como EE UU, Dinamarca o Alemania, se lleva bastante tiempo trabajando en estos temas, con la instauración de registros de malformaciones congénitas". En nuestro país, en cambio, los investigadores tienen que recurrir a argucias para conseguir individuos con este tipo de alteraciones. Las tretas que emplea Avedillo son paradigmáticas: "Le doy cinco euros a los rumanos que trabajan en las explotaciones por cada lechón malformado que encuentran. Los ven y piensan que es la cerda que les ha mordido, por eso no se sabe el número de malformaciones que hay realmente".
En la mayoría de las ocasiones, tanto en animales como en humanos, se desconoce el origen de estas patologías. Pero los veterinarios se enfrentan a un mayor grado de dificultad. El semen que se utiliza en las clínicas de inseminación suele ser heteroespérmico, procedente de varios machos, y a veces se insemina con dosis de semen diferentes. No obstante, los principales causantes conocidos son ciertas plantas teratogénicas, especialmente las del género Lupinus; factores físicos, como los relacionados con palpaciones rectales mal realizadas, que afectan a la vesícula amniótica; y virus teratógenos. Ciertos estudios señalan que se está registrando un aumento del número de malformaciones, aunque la existencia de estas patologías se remonta al propio origen de la vida. En diciembre de 2006, otro caso llegó al público general. Un equipo de científicos descubrió en el noroeste de China el fósil de un dinosaurio con dos cabezas. En algunos medios se especuló con la posible aparición de un nuevo eslabón en la cadena evolutiva: los reptiles bicéfalos. Sin embargo, se trataba de una anormalidad bien conocida por los amigos de los ofidios: la dicefalia. De nuevo, la sorpresa teñía la noticia. Eric Buffetaut, miembro del Centre National de la Recherche Scientifique y líder del grupo de investigadores responsable del hallazgo, no sale de su asombro: "Hasta dónde yo sé, es el único fósil de vertebrado registrado que tiene este tipo de malformación", ha explicado a la BBC. "Se sabe de animales vivos como éste. Pero la cifra de reptiles que nacen con dos cabezas es muy reducida en comparación con el número total de estos animales. Por eso encontrar un fósil como éste es muy improbable", afirmó al dar a conocer la noticia.
La sociedad ha asimilado este tipo de alteraciones como inevitables, y ésta es otra de las causas de la falta de investigación. Como apunta Avedillo, "es como en las fábricas de coches, se sabe que hay un porcentaje de errores y se acepta". Sin embargo, si se analizan los datos de aparición, es fácil darse cuenta de que las malformaciones congénitas tienen una mayor importancia de lo que se cree. Para contrarrestar esta situación, los diversos estamentos que intervienen en el proceso científico deberían concienciar al público general de la necesidad de investigar este campo tan desconocido. Pero, por razones obvias, no parece probable que los periódicos se atrevan a publicar fotografías a todo color de seres con schistosomus reflexus. De momento, habrá que conformarse con seguir los partidos de la NBA para ver los triples de Randy Foye.
En la primera imagen, una oveja con varias extremidades supernumerarias, a causa de una malformación de tipo parasitario (cortesía de Joaquín Camon). La segunda es un ejemplo extremo de schistosomus reflexus y la tercera corresponde al esqueleto de un ser humano con dicefalia.
Más en la revista +CIENCIA.
4 Comments:
Lo mejor lo de las "tretas paradigmáticas del Avedillo". Veo que aún te surge la vena veterinaria.
Eso de delantero malformado deja ver tu sangre deportivista. Esta muy bien todo, lo mejor las ideas del Luis. Un dia le tienes que hacer una entrevista sobre su vida, seria un best-seller, o mejor aun, un dialogo Luis-Joaquin hablando de todo un poco, ya sabes. Un abrazo, manolin.
Éste artículo me ha recordado un libro al que tengo gran estima tanto por el tema de las malformaciones como por su calidad literaria. "El último deseo del jíbaro y otras fantasmagorías", el autor es Vicente Muñoz Puelles y está publicado en valdemar.Podéis verlo en http://www.valdemar.com/product_info.php?manufacturers_id=205&products_id=413
Muy buen articulo, muy interesante y de momentos hasta desgarrador. Estoy totalmente de acuerdo con que deberia darse a conocer mas del tema... conocer del problema es conocer su solucion... Gracias por Mostrar lo que no todos se animan...
Realmente Sorprendente...
Erwin
Publicar un comentario
<< Home